Mi primer etapa de aprendizaje en el manejo automotriz, estuvo a cargo de mi padre, un hombre práctico y dúctil impartiendo educación... “encendé el motor, apretá el embrague, poné primera y soltá el pedal des-pa-ci-to... tomate tu tiempo... muy bien, ahora volvé a pisar el embrague y poné segunda”.
Tanta era su dedicación, que un día me hizo el dibujo de la bochita de la palanca de cambio, para poder repasar la ubicación de cada una de las marchas.
... hasta que se cansó.
En la segunda etapa, el copiloto fue mi hermano, un tipo tranquilo, con un temple de acero, incapaz de levantarme el tono de voz, pero un poco violento a la hora de la práctica, “prestá atención, que no voy a estar siempre a lado tuyo...” seguida de una cachetada en la nuca, muy habituales en nuestra pre y pos adolescencia.
... hasta que se cansó.
Y por último en la tercer etapa, mi compañero de rutas fue un fulano, muy duro, crudo, y lapidario a la hora de ejercer la docencia... y un tanto obsesivo con el cuidado del auto.
“... escucha el ruido del motor... te pide la quinta, te la pide!!!”
Tanta era su dedicación, que un día me hizo el dibujo de la bochita de la palanca de cambio, para poder repasar la ubicación de cada una de las marchas.
... hasta que se cansó.
En la segunda etapa, el copiloto fue mi hermano, un tipo tranquilo, con un temple de acero, incapaz de levantarme el tono de voz, pero un poco violento a la hora de la práctica, “prestá atención, que no voy a estar siempre a lado tuyo...” seguida de una cachetada en la nuca, muy habituales en nuestra pre y pos adolescencia.
... hasta que se cansó.
Y por último en la tercer etapa, mi compañero de rutas fue un fulano, muy duro, crudo, y lapidario a la hora de ejercer la docencia... y un tanto obsesivo con el cuidado del auto.
“... escucha el ruido del motor... te pide la quinta, te la pide!!!”
... y yo nunca escuchaba nada.
“... mira que si chocás el auto, lo pagás”, frase que no me relajaba en los más mínimo, ni el cuerpo, ni la mente. Pero fue con él con quien aprendí a controlar los relojitos de la temperatura y el cuentavueltas, el agua del radiador y a escuchar ese famoso llamado del motor que pide... y pide.
... hasta que se cansó.
“... mira que si chocás el auto, lo pagás”, frase que no me relajaba en los más mínimo, ni el cuerpo, ni la mente. Pero fue con él con quien aprendí a controlar los relojitos de la temperatura y el cuentavueltas, el agua del radiador y a escuchar ese famoso llamado del motor que pide... y pide.
... hasta que se cansó.
mi padre:
“anda despacito y tomate tu tiempo”
“anda despacito y tomate tu tiempo”
mi hermano:
“en algún momento vas a tener que hacerlo sola”
el fulano:
“el que rompe, paga”
En un rato salgo de viaje, ya preparé el equipo de mate.
El que quiere... súbase.
... eso si, la música la elijo yo.